Autora: Gabrielle Roy
Título original: La Rivière sans repos
Fecha publicación original: 1970
Traductora: Luisa Lucuix
Prólogo: Olaya González Dopazo
Fecha edición actual: 2016
Editorial: Hoja de Lata
Colección: Sensibles a las Letras
N.º páginas: 268
Pienso en esta novela y en todas las de Gabrielle Roy, que leo y releo «sin descanso» desde que conocí su obra, allá por 1999, gracia a una asignatura de literatura quebequesa de la licenciatura de Filología Francesa: fue un flechazo. Mucha pasión y mucha literatura gris, a lo largo de los años, pero ahora por fin llega Roy al público hispanohablante de la mano de Hoja de Lata.
La edición es preciosa, la mejor envoltura para una gran obra, no cabe duda. En la cubierta, un harfang des neiges, el búho de la tundra ártica, símbolo de la provincia de Quebec desde 1987, pues representa la blancura de los inviernos quebequeses. Los inuits (la palabra esquimal se considera despectiva) lo llaman ookpik. Abro el libro y, en la portada, descubro el título escrito con unos caracteres que se asemejan a la escritura silábica del inuktitut, la lengua oral de los inuits que empezó a transcribirse en el siglo XIX. Aún no he empezado a leer la novela y ya estoy inmersa en el implacable paisaje de la región Nord-du-Québec, donde viven los osos, las focas, los harfangs des neiges y... el 0,5 % de la población total de Quebec. Soledad. Solemnidad.
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A la izquierda, el "seudoinuktitut" de los chicos de hojalata. Me encanta.
A la derecha, una página de Sanaaq, la primera novela escrita por una mujer inuit. La he leído, y no miento :O |
No hay mucha literatura de temática inuit. A principios de los años cincuenta empezó a gestarse Sanaaq, la primera novela escrita por una mujer inuit, Mitiarjuk Nappaaluk, hoy reconocida como una figura de especial relevancia en su región natal de Nunavik. De carácter más sociológico que novelesco, la novela relata de una manera extremadamente sencilla y directa la vida cotidiana de una familia de inuit, centrada completamente en la supervivencia. Yves Thériault es autor de Agaguk (1958), Tayaout, fils d’Agaguk (1969) y Agoak, l’héritage d’Agaguk (1975); Paul Bussières, de Mais qui va donc consoler Mingo? (1992); y Gabrielle Roy, de La Rivière sans repos (1970). Didier Cornaille, escritor francés, tiene una novela y un ensayo. Más reciente, del año 2009, es la autobiográfica E9-422, del inuit Eddy Weetaltuk. Y poco más.
Gabrielle Roy, escritora quebequesa (francófona) nacida en la provincia anglófona de Manitoba, fue consciente a lo largo de su vida de su pertenencia a una comunidad cultural minoritaria. Por este motivo resulta valiosa la representación de los personajes marginales en su obra, ya que ella misma estuvo profundamente marcada por el choque entre la cultura minoritaria quebequesa y la mayoritaria anglomanitobana. Desde esta conciencia, a lo largo de su producción literaria aspirará siempre a un multiculturalismo fraternal para Canadá, visión que enunció en su discurso «Terre des Hommes» con motivo de la Exposición Universal de Montreal en 1967. Pero su esperanza se mezcla con una cierta angustia en los relatos en los que toma la palabra en nombre de los pueblos desposeídos, exiliados o colonizados.
Ejemplo de ello es su novela esquimal El río sin descanso, que se gesta a lo largo de un viaje de una semana de duración al Gran Norte, concretamente al hoy desaparecido Fuerte Chimo —el actual Kuujjuaq—, en la bahía de Ungava, a principios de los años sesenta. Allí conviven familias esquimales con blancos anglófonos y francófonos venidos del sur. Roy, que viaja como periodista, visita el lugar, observa a la gente, interroga a los misioneros y finalmente escribe su relato a partir de una escena que la conmueve, una joven inuit y su bebé mestizo. François Ricard, biógrafo de Gabrielle Roy, recoge las palabras de Roy a propósito de dicho encuentro en su obra Gabrielle Roy. Une vie: «Vimos a una joven madre peinando con cuidado al niño más hermoso del mundo. Ella misma no es más que medio inuit. ¿De qué padre, de qué escocés, quizás, tenía esa frente lisa, esos rasgos finos? Y al niño encantador, ¿quién le ha dado esos cabellos ensortijados de los que la madre, enrollándolos en sus dedos, se muestra tan manifiestamente orgullosa? Quizás el único regalo sin dolor que le haya otorgado la raza blanca».
La novela está precedida por tres relatos de temática similar en los que se evoca el destino trágico de los esquimales, por un lado despojados de sus valores tradicionales y, por el otro, ajenos al modo de vida y a la moral de los blancos.
En El río sin descanso se desarrolla la compleja relación que se establece entre Elsa Kumachuck, una joven inuit, y los colonizadores blancos. Madre de un hijo mestizo producto de la violación por parte de un militar americano, Elsa no se reconoce ya en ninguna de las dos culturas, tan solo se identifica a sí misma como la madre de un niño excepcionalmente bello.
Sin duda el punto de partida de estos relatos y esta novela de Gabrielle Roy no es otro que el progreso. Pero ello no implica el desprecio del pasado, de lo arcaico, de lo autóctono, o la idolatría del futuro, sino que se trata más bien de la cuestión sutil de la adaptación de una comunidad minoritaria al progreso, una adaptación en la que parece que haya que despojarse de todo rastro de identidad para después asimilarse completamente a la sociedad dominante. ¿Acaso no sería posible quizás un intercambio enriquecedor? En este punto se puede decir que esperanza y escepticismo se conjugan en Gabrielle Roy. La generación de inuits en la que la escritora se inspira para la creación de estos relatos vive en una situación precaria que ni la adaptación a la cultura blanca ni el retorno a un primitivismo integral pueden resolver. El río que fluye sin descanso entre las comunidades esquimal y blanca del Fuerte Chimo y que da nombre a la novela se revela como la incansable frontera que separa ambos mundos, el de la tradición y el del progreso, y lamentablemente la fusión deseada no tiene lugar. Los personajes, al igual que la propia Gabrielle Roy, se hallan atrapados entre dos mundos sin pertenecer enteramente a ninguno de ellos. Por medio del acto creador, que actúa a modo de catarsis, la escritora libera los sentimientos de alteridad que la oprimían desde la infancia, identificando dichos sentimientos con los de sus personajes marginales y acortando así la distancia inevitable entre las diferentes culturas, siempre gracias a su discurso literario.
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Mi estantería "Gabrielle Roy" |
Una escena de El río sin descanso ejemplifica la posible fusión futura entre tradición y progreso: cuando el niño mestizo Jimmy le pide a su abuelo, un viejo escultor esquimal, que talle una estatua con su rostro, el anciano le responde: «Tú tienes unos rasgos y una nariz como jamás he
aprendido a hacer. Y soy viejo para aprender cosas nuevas […] Aprenderé tu
rostro en uno de mis sueños, así es siempre como mejor aprendo. Me levantaré
una mañana y estaré preparado».
Leed a Gabrielle Roy. Siempre, y sin descanso.